Tuesday, October 02, 2012

UNA ANÉCDOTA CON SIDDHARTHA - Jorge Olguin. (BUDA).

UNA ANÉCDOTA CON SIDDHARTHA - Jorge Olguin. (BUDA). Morgan-El: Con Ananda fuimos muy, muy amigos. No éramos muy respetuosos de la enseñanza de su primo Siddhartha. Ananda era más joven y yo era más joven todavía. Me llamaba Ayanti y tuve la tremenda desgracia de tener una enfermedad que me afectó la parte ósea, en las piernas. No llegué a desencarnar, pero mis dos piernas quedaron debilitadas; entonces andaba con una especie de muletas, pero me costaba muchísimo caminar. A veces sí tenía que tener un madero para sostenerme y sentía un rencor tremendo por todo lo que era la vida. Hasta que una noche tuvimos una charla de más de cinco horas con el querido Ananda y este ser tan extraordinario que era Siddhartha -al que yo respetaba mucho- y él me decía: Siddhartha: Ayanti, el mundo físico es ilusión. No tienes que sufrir por lo que te pasó en las piernas. Ayanti: ¿Cómo va a ser ilusión, Maestro si tenemos hambre, sueño, frío, sed, deseos, enfermedades, cosas que yo ignoraba? Siddhartha: ¡Cosas que yo ignoraba más que tú! -me dijo el Maestro- ¡Cosas que me ocultaron! Y he sufrido un tremendo shock, un tremendo golpe emocional cuando me di cuenta de que existía la muerte, la enfermedad, la pobreza, las clases, hasta que de repente mi conciencia se despertó y me di cuenta de que el verdadero sufrimiento lo trae el apego, porque el apego es vano. Ayanti: Pero Maestro, hay algo que no entiendo. Supongamos que yo creo en sus palabras, quiero difundir esas palabras a los demás, pero mis piernas son débiles. Veo que vosotros camináis millas y millas y yo a veces me abstengo de seguirlos, me quedo en el campamento. ¿Cómo haría? Entonces, no se trata de apego; se trata de querer tener ese rol de poder transmitir esa palabra, como hace Ananda, por ejemplo, cuando usted, Maestro, no está. Siddhartha: Está bien. Te voy a responder con una pregunta: ¿Y por qué quieres transmitir la palabra? ¿Y por qué no puedes hacer otra tarea si todo es importante? Tú puedes hacer que el campamento esté en orden para cuando volvamos, que alguna de las mujeres tenga preparada la comida para que luego podamos reposar. Ayanti: Maestro con todo respeto, ¿pero que hay de digno en eso? Siddhartha: ¿Y porqué tú piensas que hay una tarea que es más digna que otra? Ayanti: ¡Pero Maestro, lo suyo es extraordinario! ¡Está enseñando! Siddhartha: ¿Qué podría enseñar yo si no tuviera quién me diera de comer? ¿O quién me armara los abrigos para el frío? ¿O el calzado, para atravesar las rocas puntiagudas? ¡Todo trabajo es importante! ¿Porqué no habría de ser digno lo que tú puedes hacer? Ayanti: Está bien. Acepto ese punto. Entiendo que es tan importante el armar un lugar donde la persona se pueda sentar como el que se sienta y da un discurso. Pero… ¿y qué hay de lo otro? Tengo mi cuerpo deforme, me está vedado el amor… ¡Quisiera tener una compañera! Siddhartha: Sí, y seguramente habrá niñas que sean cegadas por ese apego igual que tú y busquen aquel ser que sea como un dios. Y sabemos que eso es un mito. Fíjate en mí; no tengo esa necesidad. Las cosas materiales son vanas. Ayanti: Está bien, Maestro. Yo no trato de contrarrestar lo que me dice, pero, ¿y qué hay de aquellos que queremos vivir una vida normal? Que respetamos la palabra, no nos apegamos a cosas vanas, no me interesa acumular riquezas, no me interesa ser príncipe como tú. Siddhartha: Yo no soy príncipe. Yo soy un ser que ha venido aquí igual que muchos otros y cada uno con su misión. Todos los títulos que uno puede tener aquí son solamente sin sentidos. Ayanti: Vamos a la pregunta: Quiero vivir una vida común y algo me hizo esto en las piernas, una fuerza superior o una fuerza inferior y no le encuentro el significado, porque si a mí me dicen que en las esferas superiores alguien mandó algo negativo para bajar mi soberbia…, pero yo nunca fui soberbio; siempre fui un joven que hacía correrías como cualquier otro joven. Siddhartha: Tú no puedes saber, si quizá, si tal vez, eso que te sucede es para que tus correrías sean internas y puedas motivarte a descubrir cosas que otros no han descubierto. Ayanti: Pero lo dices tú, Maestro, con todo lo que sabes, esos sutras que estás comentando. Siddhartha: El camino de la verdad, Ayanti, es un camino que tiene muchas ramificaciones. Sería muy injusto que hubiera una sola ramificación. Entonces, con tu verdad puedes llegar al final de tu sendero, así como yo con la mía puedo llegar al final de mi sendero y allí nos encontraremos nuevamente. Ayanti: No me atrevo a preguntar más porque temo enojarlo. Siddhartha: Entonces no me conoces. Ayanti: Entonces, voy a preguntar, y voy a ser reiterativo: ¿Qué hay de malo en sentir apetitos físicos? Deseo estar con una joven. La deseo con un ansia que se sale de mis poros y ella no se fija en mí seguramente por lo que me pasa. Soy medio hombre. Mi deseo me funciona, no así mis piernas. Pero no puedo correr. No soy un hombre, soy medio hombre. Siddhartha: Bueno. Para tu consuelo te diré que aquella joven que te examine y te apruebe sólo porque tú camines no es merecedora de tu amor. Aquella persona que vea más allá de tus piernas y pueda traspasar tu pecho con su vista y ver que adentro tienes algo más, esa va a ser merecedora. ¿Cómo se llama esta joven? Ayanti: Adala. Es una de las niñas que está en la cocina. Siddhartha: ¿Le has hablado? Ayanti: ¡No me atrevo! Siddhartha: ¡Ah, pero entonces no sabes si te rechaza! Ayanti: No, pero no me mira. Siddhartha: Es que ella también tiene apegos. La vergüenza es un apego. Háblale. Recuerdo esta charla donde Ananda me miraba a mí, lo miraba al primo; y era una de las pocas veces que este joven que tanto hablaba se había quedado callado y no por respeto al primo -porque muchas veces han tenido debates que han llegado hasta discusiones- simplemente porque era por respeto a mí, porque no quería que yo perdiera la atención de Siddhartha. Le hablé a la joven. Le expresé mis sentimientos. Me respondió que yo era un ser excepcional y que nunca pensó que me iba a fijar en ella que era tan poca cosa. Y me reí a carcajadas. Luego le pedí perdón cuando ella me dijo: Adala: Te ríes de mí. Ayanti: ¡No! De mí me estoy riendo- le dije, -Porque yo pensé exactamente lo mismo. Adala: Pero tú no eres poca cosa, Ayanti. Y ahí me di cuenta lo que dijo Siddhartha, que sus ojos traspasaron mi pecho para fijarse más allá de lo exterior. Formalicé pareja con Adala, mas ya no formé más parte del grupo, si bien periódicamente me veía con Ananda y pasaron los años, tuve hijos, los instruí en esta nueva filosofía a la que Siddhartha llamaba Budismo. Cuando el gran Maestro desencarnó, muchos discípulos dijeron: -"¿Y ahora quién nos va a guiar?"- Y todos miraron a Ananda y éste es como que lanzó un pequeño reto diciendo: -"El Maestro no está físicamente pero sí están sus enseñanzas y nosotros como discípulos tenemos que darlas a conocer". Ananda nunca quiso quedarse con el supuesto “trono” de su primo y seguimos en contacto. Nunca estuve bien físicamente del todo y desencarné dos años antes que él, pero fui muy feliz haciendo una vida normal dentro de todo. Podía trabajar en lo mío, que era tallar madera. Jamás mis piernas me impidieron hacer ninguna tarea. No me impidieron amar ni ser amado. Solamente me impedían respetarme, hasta esa noche de la larga charla donde Siddhartha me hizo entender que la importancia pasaba por otro lado.

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