Tu Corazón es tu Maestro. El más sabio de todos. El más implacable de todos. El más amoroso. El más veraz.
El corazón de cada ser humano está unido en el fondo al corazón de toda la humanidad. Todos nosotros estamos unidos en un inmenso corazón. De forma que lo que daña a uno, daña a otros. Lo que sana a uno, sana a los demás.
Nuestro corazón es nuestro guía personal.
A diferencia de los guías externos, éste está unido a nosotros todo el tiempo.
A diferencia de la mente, el corazón no nos miente, ni nos cree nuestras mentiras. Cuando hagamos una acción verdaderamente virtuosa el corazón se sentirá bien, cantará de alegría. Cuando hagamos una acción viciada el corazón se sentirá mal, llorará de tristeza. Y pesará no solamente la acción exterior, sino la motivación interna también.
Aquí es donde el corazón sobrepasa en capacidad a los demás. Los demás pueden solamente observar la parte visible de las acciones. El corazón, además, verá la parte interna de las acciones. De forma que si la motivación de una acción que quisimos hacer pasar como virtuosa fue la cobardía, entonces el corazón se sentirá mal, recordándonos que él no creyó la mentira de nuestra bondad. Los demás sólo observan las apariencias de la acción. Si la motivación interna de una acción que los demás interpretaron como viciada fue pura, entonces el corazón rezumará alegría y fortaleza, sin importar lo que piensen los demás; podrá transmitir esa paz y alegría incluso a las mismas personas que lo malinterpretaron.
La acción en sí misma es importante. El árbol que crecerá en nuestras vidas dependerá de la semilla que hayamos sembrado. Así que siempre conviene realizar acciones virtuosas. Es decir, acciones que promuevan el bienestar de otros y el de uno mismo, sin dañar a nadie. Acciones que dibujen una sonrisa de satisfacción en el rostro de nuestro prójimo.
Eso está bien, está bien que sea así, porque siempre se puede empezar por cambiar lo fácil y visible. Pero el corazón no se detendrá ahí. Él nos impulsará a cambiar incluso la parte invisible, la motivación de nuestras acciones. El jardín mismo de las motivaciones en nuestro interior en el cual plantaremos los árboles de nuestras acciones. Nos impulsará a ser honestos, tanto por dentro como por fuera.
El corazón es amable, y también implacable. La combinación del Maestro Perfecto.
El Maestro Jesús nos lo enseñó: el Sagrado Corazón.
A veces pensamos en el corazón como si todo se tratara de colores rosados y sonrisas forzadas; de palmaditas en la espalda y lágrimas calladas en la penumbra de un rincón. Pero el corazón, y el Amor, también se tratan de acción impecable e implacable, de verdades dolorosas que enderezan una vida y le traen felicidad, de abrir nuestras heridas para extraer el veneno y sanarnos a profundidad, de vivir irremisiblemente fieles a nuestro interior incluso cuando esto signifique dejar de lado las opiniones de los demás.
Todos compartimos el mismo Corazón.
El corazón es, en el fondo, nuestra conexión con la vida. Todo lo que la Vida, el Espíritu, o Dios quieran comunicarnos, lo hará a través del corazón que es quien está más directamente sumergido en esa energía sagrada.
Todos sabemos que las corazonadas siempre nos dan información más fiel que los pensamientos de la cabeza.
El corazón sabe, mientras que la cabeza sólo cree.
La impecabilidad depende, en gran medida, de ser fieles a nosotros mismos. A lo más profundo de nosotros. Así que vivir libremente implica dos cosas: descubrir internamente lo que somos, profundizando con honestidad, y después vivir con honestidad y fidelidad de acuerdo a lo que somos conforme lo vamos descubriendo; con decisión.
La atención y la honestidad para ver el mundo y a nosotros mismos directamente y con una conciencia cada vez más afinada y más madura. Trascender las opiniones de los demás y los aprendizajes viejos que, en este momento, nos esclavizan más de lo que nos liberan; dejar lo que nos entorpece más de lo que nos capacita. La implacabilidad para observar nuestra conducta y nuestro sistema de creencias y darnos cuenta de que las corazas que nos protegieron en el pasado nos entumecen en el presente. Escuchar latir nuestro corazón y saber que hay esfuerzos que lo fortalecen y agonías que lo enferman. Percibir nuestros lazos con los demás y con el mundo luminoso y fresco que nos rodea, y percibir qué tan fuertes y qué tan limpios están esos vínculos. Cuáles deben ser cortados. Cuáles murieron, y decir adiós. Cuáles no existieron, y aceptarlo. Honestidad y valentía para ver las alturas y las profundidades de la vida (y las llanuras, que a veces nos parecen tan planas y monótonas), para descubrir el misterio de la vida con nuestros ojos profundos, o para cambiar nuestros ojos por otros nuevos, y descubrir que son también un misterio.
La impecabilidad viene enseguida: actuar de una forma que no desgaste nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro corazón, a los demás, ni al mundo que nos acompaña. Cuando hemos descubierto (o empezado a descubrir) el milagro de la vida, honrarla con caricias suaves y alaridos combativos siempre orientados a proteger lo bello y a demostrar nuestro amor a los que comparten éste bello espacio de tiempo: honrar con lo mejor de nosotros mismos éste espacio, reconociéndonos partícipes del misterio que nos envuelve. Misterio que no es tenebroso, sino solamente desconocido, y que nos ilumina cuando lo descubrimos.
La impecabilidad que, observando a un delicado bebé, es capaz de cuidarlo con ternuras infinitas. La impecabilidad que nos permite activar nuestro cuerpo y mantenerlo fuerte, pues sabemos que corresponde a su naturaleza necesitar un esfuerzo profundo para remover la debilidad y el desgaste. La misma que nos impulsa a decir la verdad y a no hacer daño, y nos facilita descubrir el Todo del cual formamos parte y a vivir en armonía con Él.
Y todo esto latiendo en tu pecho con un pulso constante, acompañándote a cada momento de la vida sin que apenas lo notes. Esperando ser observado, escuchado y atendido. En toda su simplicidad y su gloria: Dios hablando dentro de ti.
Tu corazón es tu maestro: escúchalo. Y será para mi un honor escucharte a ti.
El Loco
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