En Francia, durante la Segunda Guerra Mundial, en una aldea donde se escondían hombres de la resistencia, los tres hijos de una familia cristiana habían sido apresados en una redada. Conducidos a la cárcel, interrogados y maltratados, fueron encerrados en la misma celda.
Torturados por el hambre, se arrodillaron y suplicaron al Señor que interviniera a su favor. Apenas terminada su oración, el postigo de la puerta se abrió y un pan de gran tamaño cayó a sus pies.
Aun después de su liberación, los tres jóvenes nunca supieron de dónde vino este pan, o más bien, cuál fue el «instrumento» del que Dios se sirvió para alimentarlos. En un tiempo de hambruna Dios escogió a unos cuervos para llevar pan y carne al profeta Elías (1 Reyes 17).
Cuando todo socorro parece faltarnos, busquemos la liberación junto a Aquel que nos ama y es todopoderoso. Él siempre está dispuesto a escucharnos. La oración es un arma que no se gasta y está al alcance de todos. No nos desalentemos, aun cuando la divina respuesta parezca tardar o se revele contraria a nuestro pedido.
Una cristiana decía: –Dios no me dio nada de lo que le pedí, pero todo lo que me dio superó mis esperanzas. Aguardemos con confianza y paciencia las respuestas de Dios.
Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Filipenses 4:6-7
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