Cuando hablamos de la estupidez de los psiquiatras nos quedamos cortos, porque a este mote, que bien merecido lo tienen, hay que agregar también que son criminales, y peor aún, criminales impunes.
Es inconcebible que “profesionales” que no tienen la menor idea de cómo funciona el mecanismo mental, ni por qué una persona se aberra o trastorna, estén a cargo de la salud humana, e incluso son consultados por los jueces para determinar si alguien está cuerdo o demente.
Casi hasta se podría admitir que se los consultara para determinar si alguien está en su sano juicio en el momento del examen, ¿pero que se lo consulte para que establezca si alguien en el momento del hecho criminal estaba cuerdo o demente?
La Psiquiatría no tienen ningún medio, ni aparato ni test, para comprobar fehacientemente el estado mental de una persona cuando cometía el acto criminal, y sin embargo los códigos de procedimiento penal autorizan al juez –incluso lo obligan– a solicitarles un dictamen previo antes de resolver el caso.
No es ciencia ficción ni transcurre en un futuro lejano. Aquí mismo, cerca de donde uno vive, hay un psiquiatra que le está aplicando a su paciente las únicas herramientas "curativas" que conoce: azotes, agua fría, electricidad, psicocirugía.
A pesar de que ninguno de los postulados de la Psiquiatría fue probado científicamente, sin embargo recibe el apoyo económico de los gobiernos, siendo obvia la razón: cuanto más el hombre se transforme en un zombi, más fácil podrá ser manipulado.
A todo esto se le suma el vergonzoso hecho de que a los psiquiatras no les interesa saber, no les interesa actualizarse, porque nuevos descubrimientos sobre la mente existen, prefiriéndose quedar en el tiempo y continuar aplicando la “medicina del barbero”.
En siglos pasados la práctica de la cirugía se hacía en la barbería. El barbero tanto cortaba el pelo a sus parroquianos como les sacaba una muela o les extirpaba un miembro infectado.
Generalmente sin entrenamiento en los procedimientos médicos, sus "tratamientos" eran muy dolorosos, con infecciones graves, y a menudo sobrevenía la muerte como resultado de las condiciones insalubres.
Todo parte del absurdo de considerar que el hombre es sólo materia y que se puede reparar como cualquier artefacto de cocina.
No es necesario abundar en más consideraciones porque este tema lo hemos tratado hasta el hartazgo, y quien quiera enterarse a fondo puede consultar las “referencias” brindadas al pie.
Pero no podemos concluir sin hacer votos para que algún día las prácticas psiquiatras figuren en los códigos penales de todo el mundo y que a quienes las lleven a cabo se los considere como vulgares delincuentes.
Y que no se nos diga que hay psiquiatras buenos y psiquiatras malos, porque nadie que aplique métodos perversos puede ser un psiquiatra bueno, y si no los aplicara, ¿entonces para qué sigue con esa profesión?
Y ésta es toda la historia.
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