Tu Luz Interior
Odiar a alguien es como sostener un carbón
encendido en la mano deseando que la otra persona se queme. Permíteme utilizar
el mismo símil, pero imaginando que el carbón encendido es nuestro ego: es
decir, el creador de nuestra desdicha, y la causa de que nos dañemos a nosotros
mismos, y dañemos a los demás. Si sostenemos un carbón encendido en nuestra
mano nos quemará. No importa lo mucho que neguemos que nos duele. No importa
que repitamos afirmaciones tratando de cambiar nuestra percepción. No importa
que ampliemos nuestro umbral del dolor: seguirá doliendo.
Nuestra
única oportunidad de dejar de sufrir consiste en soltar ése carbón. A menudo
nos entusiasmamos ante la idea de transformar nuestra vida y aprendemos
numerosas técnicas que nos ayudan a vivirla de un modo mucho más agradable.
Pero sabemos que en algunas circunstancias todos esos sistemas se vienen abajo.
De pronto, estamos atrapados en una preocupación o una ira tremendas, y no
importa cuántas veces le apliquemos nuestras técnicas a esas emociones, sabemos
que no las cambiaremos en lo más mínimo, no las alteraremos en su sustancia;
porque están hechas así, no tienen existencia real. Y seguiremos sufriendo.
¿Porqué? Porque no soltamos el carbón. No importa cómo pienses de la quemadura,
ni cuando tengas planeado deshacerte de lo que te daña. Mientras sigas
sosteniendo lo que te quema, el dolor seguirá existiendo. De modo que, nuestra
única esperanza para dejar de sufrir consiste en soltar lo que nos hace sufrir.
No importa el lado, la proximidad o la lejanía, la suavidad o la fuerza, la
forma sutil o burda, la inteligencia o la torpeza, con la que toquemos las
brasas ardientes: si las tocamos, nos quemarán. Suéltalo. Sólo renuncia a él.
No lo arregles. No lo cambies. No lo niegues. No enmiendes sus entuertos.
No le
asignes nuevas interpretaciones. No te fortalezcas contra él. No le pongas
nuevas etiquetas. No te vuelvas un experto. Sólo suéltalo. Acepta un nuevo
concepto para el hombre o la mujer inteligente: aquél o aquélla que no sufren.
Aquél o aquélla que no se dañan. Aquél o aquélla que no lastiman a otros,
porque se ven en los demás. Ahora lo difícil: nuestros enemigos no existen.
Nuestros problemas económicos tampoco. No existen las cosas que nos causan
sufrimiento. Un poco más allá: propiamente dicho, nuestros pecados, nuestra
ignorancia y nuestro dolor no existen tampoco. Salvo que nos mantengamos en un
estado de oscuridad, alejados de la luz, lanzando golpes al vacío. Una vez más:
Abraza al Espíritu. Y si quieres dejar de lado el sufrimiento ¿porqué insistes
en volverte a mirarlo con el pretexto de golpearlo y terminar con él? Déjalo
atrás.
El Loco
www.tuluzinterior.com
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