De tantas horas entrenando en un gimnasio, quise atribuirle un dolor de rodilla a una mala postura en algún ejercicio. Así estuve al menos tres días, me quejaba, pero no le daba gran importancia. Mientras tanto, en los periódicos seguía circulando la noticia de la bendita enfermedad del Chikungunya. Debo confesar que nunca leí completo ningún artíc...ulo. De hecho, cuando a mi hija le asignaron llevar undibujo alusivo, solo me dispuse a imprimir uno y ya.
Fue un lunes cualquiera. Melevanté a las 5.50 de la mañana y, al apoyar los pies en el piso, quedéinmóvil. “Seguro fueron los tacones que usé el fin de semana”, pensé, y me fuia trabajar. En la oficina se incrementaron los dolores. Ya no solo eran los pies, sino todas las piernas, los brazos, los hombros y -para más calamidad- la cabeza. Como pude, terminé las labores y me fui a casa lo más pronto posible.Ya para ese momento sabía que no eran “simples molestias por el ejercicio”. Al llegar a mi hogar, encontré a mi hija con fiebre y –SORPRESA- también le dolía lacabeza. “No, esto no puede ser Chikungunya”, me repetía en mi mente una y otra vez. Ambas tomamos acetaminofén y nos dormimos. Lo peor estaba por comenzar.
El martes, al abrir los ojos, me sentí como en una cápsula pequeña. Intentar mover las manos o procurar levantarme era un gran chiste. Estaba completamente impedida, y por primera vez entendí a los adultos mayores. “Así deben sentirse los ancianos de 90 años”, reflexioné, y en ese instante supe que debe ser muy triste llegar a esa edad en condiciones similares. En fin… Estaba paralizada, con dolores intensos de arriba abajo, con fiebre y mucho miedo. Mientras tanto, en el otro cuarto, la alta temperatura también aquejaba a mi niña. Recurrí a la ayuda de mi esposo para que nos diera las medicinas y me acompañara al baño. Sin embargo, un instante sin sostenerme era como no saber caminar. Casi me desmayo. No había opción…¡Era acostada o nada!
En la tarde fuimos al médico. La emergencia era un caos. Había casi 60 personas, de las cuales 50 entraban caminando encorvadas y cojeando como si se hubiesen machucado el dedo gordo del pie. Niños pequeños llorando, señoras embarazadas casi a punto de caer y ancianos con la piel pintada. ¿La piel pintada? De repente me miré los brazos y yo también los tenía así. Eran manchitas rojas esparcidas de forma armónica por todas partes del cuerpo. Mi hija las tenía acumuladas en su carita. ¡Lo quefaltaba! A pesar de tener 40 grados de temperatura, tuvimos que esperar cuatro horas para ser atendidas. Al entrar, a las dos nos inyectaron un Bral en lavena (lo cual no hizo mayor efecto) y nos dieron el diagnóstico: “Fueron infectadas con el virus del Chikungunya. Tomen acetaminofén, ácido fólico y complejo B”. El doctor se sabía la frase de memoria, pues lo mismo fue diciendo de cubículo en cubículo.
Entonces estaba todo “fácil”, solo debíamos buscar las medicinas y curarnos. Pues NO. Esa fue la parte más difícil.Todos esos medicamentos se borraron del mapa de Venezuela; podíamos visitar 20 farmacias seguidas y en todas nos decían: “Eso está agotado”. Para fortuna -o desgracia- ya eran varios amigos y amigas los que padecían lo mismo, por eso comenzamos a intercambiar medicinas y lo que íbamos encontrando lo íbamos compartiendo. Así cubrimos la necesidad.
El tercer día mi hija se habíamejorado bastante. Su fiebre se fue y no sintió más dolor. Desde ese momento comencé a agradecer a Dios por su vida y por su condición de niña. “A los menores no les da tan fuerte”, me dijeron después. Pero yo, que pensaba correr con lamisma suerte, pues ya podía caminar más “normal” y no tenía tanto dolor de cabeza, empecé a sentir un picor en mi piel tan desesperante que pasé dos noches sin dormir. Habían transcurrido cinco días desde el diagnóstico y podía asegurar que nada estaba mejorando. Fui de nuevo a la emergencia y, al entrar,el mismo doctor me increpó: “¿Tú otra vez aquí? ¿Ya yo no te dije lo que tenías?”. Ante el asombro por su maltrato, solo alcancé a decirle que tenía la piel más brotada y que el picor era incontrolable. Volvió a alzar su voz: “Eso es de la misma enfermedad. Vete a tu casa y sigue el tratamiento”. Salí de ahí totalmente deprimida. Les pasé por unlado a otras 60 personas con los mismos síntomas de la primera vez y llegué a mi casa a llorar.
“Lo peor del Chikungunya me ha caído a mí. ¡No voy a soportar esto!”, gritaba. Examinaba mi piel y eran grandes llagas rojas que titilaban como árbol de navidad. Sentía la piel de mis brazos y piernas quemarse, entonces más lloraba. Así estuve tres días más y decidí automedicarme con Loratadina y cuanto remedio casero me recomendaron para la picazón.
Al sexto día la marea bajó. Las ronchas desaparecieron y la picazón se calmó, aunque le dieron paso de nuevo a los dolores articulares, que espero se vayan pronto definitivamente. Hoy estoy mejor, pero aprendí varias cosas: 1) No importa cuánto hayas leído del despiadado zancudo que un día te pica y te transmite una enfermedad casi impronunciable. El Chikungunya siempre será peor cuando se activa en tu cuerpo…2) En Venezuela no hay cultura para las enfermedades de este tipo. Hay una verdadera epidemia y ni los doctores saben cómo tratarte. Y 3) Esto también pasará,estoy segura… Esa es la mejor parte.
Fue un lunes cualquiera. Melevanté a las 5.50 de la mañana y, al apoyar los pies en el piso, quedéinmóvil. “Seguro fueron los tacones que usé el fin de semana”, pensé, y me fuia trabajar. En la oficina se incrementaron los dolores. Ya no solo eran los pies, sino todas las piernas, los brazos, los hombros y -para más calamidad- la cabeza. Como pude, terminé las labores y me fui a casa lo más pronto posible.Ya para ese momento sabía que no eran “simples molestias por el ejercicio”. Al llegar a mi hogar, encontré a mi hija con fiebre y –SORPRESA- también le dolía lacabeza. “No, esto no puede ser Chikungunya”, me repetía en mi mente una y otra vez. Ambas tomamos acetaminofén y nos dormimos. Lo peor estaba por comenzar.
El martes, al abrir los ojos, me sentí como en una cápsula pequeña. Intentar mover las manos o procurar levantarme era un gran chiste. Estaba completamente impedida, y por primera vez entendí a los adultos mayores. “Así deben sentirse los ancianos de 90 años”, reflexioné, y en ese instante supe que debe ser muy triste llegar a esa edad en condiciones similares. En fin… Estaba paralizada, con dolores intensos de arriba abajo, con fiebre y mucho miedo. Mientras tanto, en el otro cuarto, la alta temperatura también aquejaba a mi niña. Recurrí a la ayuda de mi esposo para que nos diera las medicinas y me acompañara al baño. Sin embargo, un instante sin sostenerme era como no saber caminar. Casi me desmayo. No había opción…¡Era acostada o nada!
En la tarde fuimos al médico. La emergencia era un caos. Había casi 60 personas, de las cuales 50 entraban caminando encorvadas y cojeando como si se hubiesen machucado el dedo gordo del pie. Niños pequeños llorando, señoras embarazadas casi a punto de caer y ancianos con la piel pintada. ¿La piel pintada? De repente me miré los brazos y yo también los tenía así. Eran manchitas rojas esparcidas de forma armónica por todas partes del cuerpo. Mi hija las tenía acumuladas en su carita. ¡Lo quefaltaba! A pesar de tener 40 grados de temperatura, tuvimos que esperar cuatro horas para ser atendidas. Al entrar, a las dos nos inyectaron un Bral en lavena (lo cual no hizo mayor efecto) y nos dieron el diagnóstico: “Fueron infectadas con el virus del Chikungunya. Tomen acetaminofén, ácido fólico y complejo B”. El doctor se sabía la frase de memoria, pues lo mismo fue diciendo de cubículo en cubículo.
Entonces estaba todo “fácil”, solo debíamos buscar las medicinas y curarnos. Pues NO. Esa fue la parte más difícil.Todos esos medicamentos se borraron del mapa de Venezuela; podíamos visitar 20 farmacias seguidas y en todas nos decían: “Eso está agotado”. Para fortuna -o desgracia- ya eran varios amigos y amigas los que padecían lo mismo, por eso comenzamos a intercambiar medicinas y lo que íbamos encontrando lo íbamos compartiendo. Así cubrimos la necesidad.
El tercer día mi hija se habíamejorado bastante. Su fiebre se fue y no sintió más dolor. Desde ese momento comencé a agradecer a Dios por su vida y por su condición de niña. “A los menores no les da tan fuerte”, me dijeron después. Pero yo, que pensaba correr con lamisma suerte, pues ya podía caminar más “normal” y no tenía tanto dolor de cabeza, empecé a sentir un picor en mi piel tan desesperante que pasé dos noches sin dormir. Habían transcurrido cinco días desde el diagnóstico y podía asegurar que nada estaba mejorando. Fui de nuevo a la emergencia y, al entrar,el mismo doctor me increpó: “¿Tú otra vez aquí? ¿Ya yo no te dije lo que tenías?”. Ante el asombro por su maltrato, solo alcancé a decirle que tenía la piel más brotada y que el picor era incontrolable. Volvió a alzar su voz: “Eso es de la misma enfermedad. Vete a tu casa y sigue el tratamiento”. Salí de ahí totalmente deprimida. Les pasé por unlado a otras 60 personas con los mismos síntomas de la primera vez y llegué a mi casa a llorar.
“Lo peor del Chikungunya me ha caído a mí. ¡No voy a soportar esto!”, gritaba. Examinaba mi piel y eran grandes llagas rojas que titilaban como árbol de navidad. Sentía la piel de mis brazos y piernas quemarse, entonces más lloraba. Así estuve tres días más y decidí automedicarme con Loratadina y cuanto remedio casero me recomendaron para la picazón.
Al sexto día la marea bajó. Las ronchas desaparecieron y la picazón se calmó, aunque le dieron paso de nuevo a los dolores articulares, que espero se vayan pronto definitivamente. Hoy estoy mejor, pero aprendí varias cosas: 1) No importa cuánto hayas leído del despiadado zancudo que un día te pica y te transmite una enfermedad casi impronunciable. El Chikungunya siempre será peor cuando se activa en tu cuerpo…2) En Venezuela no hay cultura para las enfermedades de este tipo. Hay una verdadera epidemia y ni los doctores saben cómo tratarte. Y 3) Esto también pasará,estoy segura… Esa es la mejor parte.
Henne Huerta.
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