Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos “¡Abba, Padre!” Romanos 8:14,15.
Cuando las personas han atravesado una situación difícil de cualquier tipo, o han sufrido alguna pérdida, se enfrentan diariamente al monstruo del temor. El temor se convierte en un sentimiento esclavizador de todos nuestros movimientos, pensamientos actitudes.
Cuando el temor nos abata, es imprescindible que nos enfrentemos a él. El temor nos lleva a pensar negativamente. El hombre tiene necesidad de afrontar ese monstruo. Pero, ¿Cómo derrotarlo? Pronunciando y repitiendo declaraciones llenas de confianza y de fe basadas en la Palabra de Dios.
Cuando enfrentamos la adversidad, el temor te dice: “Dios te ha abandonado”. La fe en Dios dice: “en la palabra de Dios todo está basado en sus promesas, no en los sentimientos”.
Cuando eres objeto de calumnia, el temor te dice: “Todos están hablando de ti. Estás desprestigiada”. Entretanto, la fe dice: “Cuando sean dichas cosas falsas sobre mí, Dios las aclarará”.
Cuando has cometido un error fatal, el temor te dice: “Lo estropeaste todo. No lo intentes más”. Entretanto, la fe dice: “El fracaso es un acontecimiento, nunca una persona. Dios usará mis puntos fuertes y mis debilidades para llevar a cabo sus planes”.
La fe acepta lo que Dios dice al pie de la letra, sin pedir comprender el significado de los incidentes penosos que ocurran. Pero son muchos los que tienen poca fe. Siempre están temiendo y cargándose de dificultades. Cada día están rodeados por las pruebas del amor de Dios, cada día gozan de los beneficios de su providencia; pero pasan por alto estas bendiciones.
Y las dificultades que encuentran, en vez de hacerlos allegarse a Dios, los separan de él, porque crean agitación y rebelión… Jesús es su amigo. Todo el cielo está interesado en su bienestar, y su temor y murmuraciones agravian al Espíritu Santo. No es porque veamos o sintamos que Dios nos oye por lo que debemos creer. Debemos confiar en sus promesas“
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