Monday, March 15, 2010

POR QUÉ LA VIDA ES UN JUEGO...

POR QUÉ LA VIDA ES UN JUEGO



Por Horacio Velmont



(Según las enseñanzas de L. Ronald Hubbard)



Cuando uno está abismado en la lucha a veces titánica por la existencia se inclina a pasar por alto de que existe alegría en el vivir. Esa alegría en el vivir tiene mucha relación con el hecho de que la vida es un juego.

Es muy fácil ver un juego en términos de fútbol, por ejemplo, pero no es tan fácil ver la vida como un juego cuando uno se ve obligado a levantarse antes de que salga el sol y llegar a casa solo después de que se pone, tras un día de ardua labor.

Piénsese, en este sentido, que un partido de fútbol sigue siendo un juego aunque resulte ingrato porque nuestro equipo perdió o porque el partido se suspendió por factores climáticos adversos o por cualquier otra razón. Con la vida sucede lo mismo: no deja de ser un juego porque muchas veces resulte ingrata.

Cuando hablamos de que la vida es un juego también nos estamos refiriendo al trabajo, que es el dato estable de este universo. Todo trabajo es un juego.

Un juego consiste en libertades, barreras y propósitos. En los juegos están involucrados muchos factores, siendo uno de ellos, y el más fundamental, la necesidad de tener un oponente o un enemigo. También existe la necesidad de tener problemas.

Para vivir la vida plenamente uno debe tener, además de “algo que hacer”, un propósito superior; y este propósito, para ser verdaderamente un propósito, debe tener propósitos contrarios o propósitos que impidan su realización. Uno debe tener personas que se opongan a sus actividades o propósitos, y si carece de ellas es seguro que las inventará.

Esto último es muy importante: si a una persona le faltan problemas, oponentes y propósitos contrarios, los inventará. En esencia, tenemos aquí la totalidad de la aberración.

Si hubiera un jefe que controlara hábilmente todo dentro de su área y no hiciera más que eso, si él no estuviera mentalmente equilibrado lo encontraríamos inventando personalidades para sus subordinados y también razones por las que se oponen a él.

A dicho jefe lo encontraríamos escogiendo a uno o más de sus trabajadores para castigarlos, según él con muy buena razón, pero en realidad sin más razón que su necesidad de tener oponentes en forma obsesiva.

En concreto, lo cierto es que un hombre debe tener un juego y si no lo tiene creará uno. Si ese hombre está aberrado y no es del todo competente, creará un juego intensamente aberrado.

Cuando un ejecutivo aberrado observa que todo marcha demasiado bien en su entorno, es casi seguro que provocará alguna dificultad solo por tener algo que hacer. Así encontramos que la gerencia frecuentemente supone, sin ningún fundamento, que los trabajadores están en su contra. De manera similar, también a menudo encontramos que los trabajadores están seguros de que la gerencia, que de hecho es muy competente, está en su contra.

En estos casos la gerencia y los trabajadores han inventado un juego donde realmente no puede haber ninguno. El juego, por lo tanto, es aberrado. Cuando los participantes están aberrados es obvio que solo pueden surgir juegos irracionales. Solo los juegos racionales son divertidos y vale la pena jugarlos.

En toda empresa, por ejemplo una fábrica de artefactos para el hogar, existe el juego de esa empresa en contra de la actividad de sus competidores y en contra de su ambiente externo. Si dicha empresa y todo su personal se conducen racionalmente escogerán al mundo exterior y a otras empresas que también fabriquen artefactos para el hogar para su juego. Pero si no están en un estado o condición normal y no son capaces de ver el verdadero juego, inventarán uno y lo empezarán a jugar dentro de la propia actividad.

En los juegos existen individuos y equipos. Los equipos juegan contra equipos y los individuos contra individuos. Cuando a un individuo no se le permite ser totalmente parte del equipo es probable que escoja como oponentes a otros miembros de su equipo, pues hay que recordar que el hombre debe tener un juego.

Si cada persona en una empresa fuera capaz de controlar su propio ámbito de interés dentro de la empresa, si cada persona estuviera haciendo su trabajo, en realidad no estaría ausente el juego, puesto que hay otras empresas y otras actividades en el mundo exterior que siempre proporcionan suficiente juego para cualquier organización racional.

Supongamos que la gente en una fábrica no puede controlar su propio ámbito, no puede controlar sus propias actividades, y está tratando obsesivamente de crear juegos aberrados a su alrededor. Entonces tendremos una condición por la cual la fábrica no será capaz de dominar efectivamente su entorno y obtendrá una producción deficiente, si es que no se colapsa.

Aberrada o no, competente o no, la vida es un juego y el lema de cualquier individuo o equipo viviente es: “Debe existir un juego”.

Si los individuos están en buenas condiciones físicas y mentales realmente jugarán el juego que sea fácil y evidente. Si están desequilibrados y no son capaces de controlar su entorno inmediato, entonces empezarán a jugar juegos con sus herramientas, es decir, juegos donde no los hay, y por lo tanto aberrados.

Así, el operario aberrado a cargo de una maquinaria que funcione bien, la estropeará para tener un juego. De la misma manera, el contador aberrado perderá sus papeles, su máquina sumadora se descompondrá y le ocurrirán cosas enfrente de sus narices que nunca deberían suceder.

Si este contador estuviera mentalmente equilibrado podría jugar el verdadero juego de llevar correctamente las cuentas de la empresa y sería eficiente.

La eficiencia, entonces, podría definirse como la habilidad de jugar el juego que se tiene. La ineficiencia, a su vez, podría definirse como una inhabilidad de jugar el juego que se tiene, con la necesidad de inventar juegos con las cosas que uno debería realmente ser capaz de controlar con facilidad.

Por supuesto que existen un gran número de formas por las cuales el hombre puede aberrarse; pero éste no es el tema que ahora estamos abordando, sino el de la vida como juego.

Ahora bien, comprendiendo que la vida debe ser un juego, hay que darse cuenta de que existe un límite para el área que uno debe controlar y aún seguir conservando un interés por la vida. El interés se reaviva principalmente por lo impredecible.

El control es importante, pero la falta de control es, si cabe, más importante aún. Para manejar realmente a la perfección una máquina, uno debe querer controlarla o no querer controlarla. Cuando el control en sí se vuelve obsesivo empezamos a encontrarle fallas.

El individuo que tiene que controlar absolutamente todo lo que está a su vista nos perturba a todos, y este individuo es la causa de que empecemos a ver el control como una cosa mala cuando en realidad no lo es.

Suena muy extraño decir que el no control debe estar también bajo control, pero esto es esencialmente cierto.

Una persona debe estar dispuesta a dejar ciertas partes del mundo sin control. Si no puede, rápidamente desciende por la escala tonal hacia la apatía o hacia el enojo, hasta un punto en el que obsesivamente trata de controlar cosas que nunca será capaz de controlar, y así se vuelve infeliz, empieza a dudar de su habilidad para controlar esas cosas que realmente debería ser capaz de controlar y, a la larga, pierde su capacidad para controlar cualquier cosa (espiral descendente del control).

Un juego está compuesto de libertades, barreras y propósitos; también está compuesto de control y no-control.

Un oponente en un juego debe ser un factor no controlado. De otra manera uno sabría exactamente hacia dónde va el juego y cómo terminaría y entonces no sería un juego en absoluto.

Si un equipo de fútbol fuera totalmente capaz de controlar al otro equipo no tendríamos juego de fútbol. Sería un asunto de no competencia. No habría placer, ni deporte, al jugar tal juego de fútbol.

Un operario que hace un buen trabajo debe ser capaz de estar relajado en relación a su máquina. Debe ser capaz de mantenerla funcionando o de no mantenerla funcionando, de ponerla en marcha o de no ponerla en marcha, de pararla o de no pararla. Si puede hacer esto con confianza y en un estado mental de calma, podrá manejar esa máquina y se verá que con él la máquina funciona bien.

Pero supongamos ahora que la máquina lo lesiona, digamos por ejemplo que se le atore la mano o que otro trabajador lo interrumpa en un momento inoportuno o que una herramienta defectuosa le salte en pedazos. De esta manera se introduce dolor físico en la situación. Tiende a separarse de la máquina. Entonces procura poner más concentración en la máquina de la que debería. Ya no está dispuesto a dejarla sin control. Cuando está trabajando con esa máquina, él debe imperiosamente controlarla.

Como hubo impacto en la situación y él está ansioso acerca de esto es muy probable que la máquina lo lesione otra vez. Esto le causa una segunda lesión, y con ésta él siente una mayor necesidad de controlar la máquina.

Según se ve, durante los momentos en que se recibió la lesión la máquina estuvo fuera de control. Aunque el estar fuera de control es una condición del juego, ésta no es deseada ni bien recibida por este operario en particular.

Finalmente mirará esa máquina como una especie de demonio. Podría decirse que la hará funcionar todo el día y toda la noche y mientras esté dormido también. Pasará sus fines de semana y vacaciones operando esa máquina. Por último no soportará verla y vacilará ante la idea de trabajar un momento más en ella.

Este cuadro se complica un tanto más por el hecho de que no es siempre la lesión causada por su propia máquina la que le hace sentir ansiedad por la maquinaria. Un hombre que haya estado en un accidente automovilístico puede regresar a trabajar en una máquina con bastante desasosiego respecto de las máquinas en general. Empieza a identificar su propia máquina con otras máquinas y todas se vuelven la misma máquina: la que lo lesionó.

Todo lo que hasta aquí se ha dicho respecto de la vida y del trabajo tomados como un juego puede aplicarse también a la política.

Si a la política no se la considerara desde el punto de vista del juego sería imposible comprender la actitud de algunos de sus militantes.

Siendo la política un juego, tiene que tener necesariamente oponentes, ya que, como se dice vulgarmente, no habría juego si todos patearan para el mismo arco.

Pero la búsqueda o la creación de oponentes en la política puede darse en el marco de la racionalidad o de la irracionalidad. Un político aberrado buscará afanosamente crear nuevos adversarios llevando a cabo medidas que sean antipáticas precisamente para que se opongan a ella y así tener un juego.

Si un político está obsesionado por tener cada vez más oponentes es porque el juego que tiene no lo llega a satisfacer. Cuando un político quiere jugar más juegos de los que es capaz de manejar termina siendo ineficiente, porque la eficiencia es precisamente la habilidad de jugar el juego que se tiene.

Hay gobernantes que quieren controlar todo, sin darse cuenta de que cuando en un juego uno de los oponentes ejerce control absoluto el juego deja de ser divertido y se transforma en algo mortalmente aburrido.

Quizás las revoluciones se forjen por aquellos que quieren volver a tener un juego, aunque después caigan en el mismo vicio que pretendieron corregir, y al pretender también controlar todo vuelvan a arruinar el juego.

Como se dice vulgarmente, la historia siempre se repite.

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