NARRÓ CÓMO FUE SU DÍA A DÍA durante su largo secuestro por las farc
Ingrid: “Las cadenas pelaban mis clavículas”
Texto: Agencias
Foto: Ingrid Betancourt
Reconstruimos la historia del cautiverio a partir de los relatos ofrecidos por la ex candidata presidencial de Colombia en la embajada de Francia en Bogotá y a su llegada al país galo donde fue recibida con honores.
“La tentación del suicidio era permanente en todos. Había casos que iban del ensayo a hacer algo para tratar de acelerar el suicidio, pero siempre lograba rescatarme a mi misma, porque mis hijos y mi familia fueron el cable a tierra para salir de esto. Nuestros días empezaban con una levantada a las cuatro de la mañana, precedida de un insomnio probablemente desde las tres de la mañana.
La rutina era rezar el rosario y esperar las noticias; el contacto con los espacios radiales que nos daban la posibilidad de comunicarnos con nuestras familias (...). La quitada de las cadenas era a las cinco de la mañana, la servida del tinto (café) a las cinco. Traían las botas en ese momento.
Luego tocaba hacer la cola y esperar el turno para chontear. Chontear es un término muy guerrillero que significa ir al baño dentro de unos huecos espantosos, porque no hay letrinas, no hay nada. Nos tocaba esperar turno para ir detrás de los matorrales a hacer nuestras necesidades.
Seguía un desayuno con chocolate o algún caldo... Lo otro era tratar de encontrar qué hacer durante horas hasta las once y media del día. En el secuestro, a partir de cierto momento, ya nadie tiene qué decirse. Todo el mundo está en su caleta (tenderete) en silencio. Los unos duermen, los otros meditan, los otros oyen radio.
Después, tocaba el baño general. Entonces, vestirse para el baño rápidamente, e ir, por lo general, a un pequeño río. Todo era limitado. Para mí era una tortura lavarme el cabello, porque no me daban tiempo.
Yo estaba con hombres que no tenían tantas cosas para lavar; ellos estaban listos a los 10 minutos y yo a los 25 minutos todavía estaba bañándome y me sacaban a gritos. Era muy humillante. Después ir a la caleta, tenía que vestirme con mucho cuidado para que no se cayera la toalla mientras me ponía la ropa interior, con mucho cuidado de una picadura de hallanave o un escorpión o cualquier bicho mientras uno se estaba cambiando... A todos nos picó algún bicho.
Todos los días alguien decía: ‘¡Uy! me acaba de picar una hallanave’. Y entonces uno preguntaba: ‘Bueno, ¿y dónde están?’ ‘No, no tengo idea, por ahí debe estar’. Una hallanave es una hormiga grande y el dolor que produce su picadura es como el de un escorpión. Hay otras hormiguitas que se caen de los árboles y cuando le rozan a uno la piel, se orinan encima de uno y producen un quemón muy fuerte.
Después llegaba la comida. Se tenía uno que comer lo que trajeran rápido, lavarse los dientes, limpiar las botas, meterse en la caleta o por lo menos organizar el toldillo, guindar la hamaca y rápidamente caía la noche. Ya teníamos que estar en la hamaca todos.
Las botas tenían que estar de un lado para que las recogieran , porque tenían miedo que nos fugáramos con las botas, por eso no nos dejaban tener zapatos por la noche. (...) Nos ponían las cadenas y, si teníamos un guardián de mal humor, la ponía tan apretada que no nos dejaba dormir. (...) De pronto uno podía negociar. Yo logré que me pusieran la cadena en el pie, porque no lograba dormir. Las cadenas y los candados eran muy gruesos. Yo terminaba con las clavículas peladas por el roce de la cadena.
Uno se dormía como un plomo tratando de olvidar la pesadilla en la que uno estaba, probablemente estando soñado con mis niños corriendo. De pronto me levantaba en una pesadilla, con la cadena en el cuello, con sed, con ganas de orinar.
Tocaba orinar frente a los guardias. Ustedes se imaginarán lo que era para mí orinar al frente de ellos por la noche. Nos ponían una linterna porque hay mucha sevicia y mucha maldad... bueno; todo lo que no les cuento es porque son cosas como tan mías y es muy doloroso.
Esta rutina se rompía cuando sentían pasar algún helicóptero que podía abrir fuego contra ellos. Había que empacar equipos y salir corriendo. Todos inmediatamente, ni nos hablábamos. Corríamos a empacar todo en plásticos rápido y la hamaca, el toldillo, sacar la carpa, doblarla rápido, meter todo. No todo cabía en el equipo, siempre quedaban cosas a fuera.
Y esas marchas... Lo peor, lo peor... las marchas. Una marcha, levantada a las cuatro de la mañana, empacada de todo el equipo sin luz... Obviamente se va a poner uno la ropa y está con hormigas y la ropa que nos ponemos en marcha es mojada, húmeda; mejor dicho, absolutamente mojada; a las cuatro de la mañana ese frío de ese amanecer, porque la marcha es muy larga. Me dio una depresión muy grande que no me dejaba comer. Empecé a sufrir de úlcera, de infección intestinal y me deshidraté. Y a eso hay que sumarle el efecto de tener una cadena al cuello 24 horas.
El cabo William Pérez, quien pasó 10 años y cuatro meses preso, me salvó la vida. Con paciencia, casi a la fuerza, como se alimenta a una niña, me daba cucharada tras cucharada: una por su mamá, otra por cada uno de sus hijos, me decía... Yo botaba la comida, y llegó el momento en que yo decía que quería morirme insistentemente. Llevaba dos semanas sin comer y ya no tenía fuerza para subir una lomita de un metro.
William me ayudaba a subirla, me hidrataba, me daba medicamento para la úlcera y me obligaba a comer pporque estaba débil. Los guerrilleros decían: ‘Si no come y se muere, abrimos un hueco y la enterramos’.
Todo estaba contra ti. Sin sol, sin cielo, un techo verde: era demasiado, demasiado, una pared de árboles, muchas bestias, cada una más terrible que la siguiente. Caminaba con un sombrero calado hasta las orejas porque te caen en la cabeza todo tipo de cosas, hormigas que te muerden, bestias, piojos, palos; llevaba guantes, porque todo en la jungla muerde, cada vez que intentas agarrarte a algo para no caerte, pones la mano sobre una tarántula, pones la mano sobre una espina, una hoja que muerde, es un mundo completamente hostil, peligroso, con animales peligrosos.
Pero el animal más peligroso de todos eran los hombres, los que iban detrás de mí con sus grandes armas. Era tan monstruoso que creo que ellos mismos estaban asqueados. Necesitas una espiritualidad tremenda para no caer en el abismo”.
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