Saturday, April 07, 2007

una historia de jesus para ti.

voy a dar un pequeño mensaje: esta es la reflexion de un hombre que sale al encuentro de nuestro señor jesucristo.

Mucha gente malinterpreta la palabra de algunos terapeutas, terapeutas de que la sencillez es buscar la quietud de la mente y la meditación.

Sin invalidar ninguna corriente teórica yo puedo deciros, que la mente sí tiene avidez... tiene avidez de servir... tiene avidez de ser útil al otro, porque el Servicio es Amor hecho obra y es una de las mejores formas de elevarse. Una meditación o una fe sin el acompañamiento de la obra se vuelve yerma, se vuelve estéril.

Voy a contar una pequeña anécdota: me encontraba en la región de Judea, mi nombre era Ben Soler... en esa vida tenía el rol republicano, trabajaba para los levitas y los escribas. Me habían comentado que estaba llegando un Mesías. Yo era tan escéptico... tan escéptico era en todo eso... Fui con mi compañero Venmótele y fuimos a encontrar a ese supuesto Mesías, llamado Ieshu ben iosef.

Llegamos con un día de retraso, él se encontraba reunido en una casa dando una charla: -“Venid a escuchar al rabí” –Sí- dijimos. Nos acomodamos en un rincón y en silencio escuchamos las palabras de ese tal Ieshu ben Iosef.

“Muchos diréis... muchos diréis hijos míos, que el reino de mi Padre es un reino inexistente... que lo importante es combatir en este reino... ¿Pero qué es este reino? El reino que os domina en este momento según vosotros... ¿Cuánto duran los hombres en el mundo?

Hay una fortaleza, camino a Damasco que ha sido construida hace más de 300 años para satisfacer el ego de un hombre. El hombre vio terminada la fortaleza y a los seis meses dejó tirando.

Vosotros diríais, parece risible. No me interesa ser estricto hijos míos de decir que las cosas de este mundo no tienen valor... porque tiene valor la amistad, la misericordia, la compasión, el tender una mano al otro como el ejemplo que di sobre el buen samaritano. Quiero hablar mientras estéis aquí.

pero esto es una vida muy corta, muy pequeña comparado con la que tendréis en el Reino. En el Reino no hay categorías, en el Reino no hay posiciones... en el Reino subiréis escalones no con vuestros pies sino con vuestros actos”

Mientras Ieshu decía eso nos miraba a nosotros dos a los ojos, a Venmótele y a mí; yo sentía como si tenía la piel erizada, estaba como conmovido por su mirada profunda, por sus palabras graves, por su voz dulce... y él proseguía:

“No juzguéis a nadie sin conocer a fondo sus actos... ya he dicho anteriormente: doy primero la viga en el ojo propio y no la paja en el ojo ajeno. Y si alguna vez hacéis algo por el otro, que tu mano izquierda no sepa lo que ha hecho tu mano derecha.

No pregonéis a los cuatro vientos vuestros actos, pues serán actos desde el ego”. El Maestro hablaba con palabras tan extrañas para nosotros... creo que nunca antes se había pronunciado la palabra “ego” en una época tan antigua. Obviamente el Maestro se expresaba en arameo y la palabra “ego” tenía otro significado: el famoso “self” inglés.

Sólo sé que corregí mi vida porque tenía una vida vacía, estaba alejado de la que era mi esposa... yo me había dedicado a arrimarme a los escribas y a los levitas para poder obtener riquezas. Dejé en el camino a dos hijos que hace más de dos años que no veía.

Mi rostro estaba tan bañado de lágrimas, tan evidente era que en un momento determinado el Maestro Ieshu se acerca, me toca la cabeza y me dice: “Mi Padre ama a los que se arrepienten, todavía estás a tiempo. Tienes un largo trecho que recorrer en esta vida, aprovéchalo. Antes de ser útil a los otros has de ser útil a tu propio corazón” y se alejó.

Al día siguiente partí de vuelta a mi hogar rogándole a ese Padre del que tanto hablaba Ieshu que no sea tarde... y no lo fue.

Encontré a mi esposa y a mis dos hijos saludables... el más grande trabajando de carpintero, como también dijo que había trabajado este querido rabí. La poca fortuna que pude conseguir en esos dos años de alejamiento los invertí en dar prosperidad, no solamente a mi familia sino a todos aquellos que se acercaran. Me convertí en un hombre de bien, misericordioso, compasivo, tolerante... sin las rabietas que tenía antaño...

No me volví a encontrar con el Maestro Ieshu ben Iosef, el que vosotros conocéis como Jesús. Pero hasta el último día de esa vida sentí su mano sobre mi cabeza... Me bendijo y gracias a esa bendición fui tierra fértil y ayudé a decenas de personas.

Gracias por escucharme...: nunca bajes los brazos. Hasta todo momento.

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